miércoles, 31 de octubre de 2018

A recoger estiércol en Valencia

«El mayor, Batistet, apenas si podía ir más allá de sus campos. Aún tenía la cabeza envuelta en trapos y la cara cruzada de chirlos, luego del descomunal combate que una mañana sostuvo en el camino con otros de su edad que iban, como él, a recoger estiércol en Valencia. Todos los feinaters del contorno se habían unido contra Batiste, y el pobre muchacho no podía asomarse al camino».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


El femater

Els valencians pintats per ells mateix

Enric Soler i Godes

martes, 30 de octubre de 2018

Vicente Blasco Ibáñez y el Paseo Valencia al Mar

Vicente Blasco Ibáñez y el Paseo Valencia al Mar

«Hemos cambiado el alma de Valencia, ha llegado el momento de que transformemos el cuerpo, que bien lo necesita…. Mientras llega el momento de regenerar España, revolucionemos nuestra ciudad cambiando su vida material…


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Hay que derribar casas para construir nuevas vías; hay que dar al pueblo otra agua; hay que hacer desaparecer los barrios antiguos del centro de la ciudad.


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Es deshonroso para Valencia ese mercado a estilo moruno… Las necesidades de la vida civilizada hace tiempo que exigen un mercado de hierro y cristal.


Plaza del Mercado. 1840

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Es una vergüenza que las escuelas municipales estén establecidas en callejones tortuosos, donde no penetra el sol; en casas viejas con un ambiente más cargado de gérmenes, de enfermedad que de enseñanza… Subleva el ánimo que aquí, donde apenas hay una calle sin iglesia o convento, no exista una escuela publica edificada para tal objeto.

Es preciso terminar las calles, cuyo ensanche no está más que iniciado; abrir otros nuevos para que se airee la ciudad; y cuidarse del suelo –ya que el cielo es inmejorable- reformando el alcantarillado y el pavimento.

Hay que ensanchar los puentes---: un puente sobre todos, el de San José resulta una callejuela abandonada.


Puente de San José

Todocolección

Es conveniente llevar a cabo el proyecto de boulevard desde el antiguo jardín del Real a los poblados marítimos. Valencia tendría un nuevo paseo, una verdadera calle moderna, semejante a la Avenida del Parque de Bolonia en París, o a la Castellana de Madrid, y la parte más extrema del Cabañal se uniría a la ciudad por un camino más corto.




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Hay, en fin, que preocuparse no sólo de la salud y de la decencia, sino del embellecimiento de la ciudad y crear en las playas valencianas y en sus terrenos colindantes, grandes bloques de pinos, eucaliptos, etc…»

Vicente Blasco Ibáñez

El Pueblo. 6 de noviembre de 1901

domingo, 28 de octubre de 2018

Era día de mercado de animales

«Triste y ceñudo, como si fuese a un entierro, emprendió Batiste el camino de Valencia un jueves por la mañana. Era día de mercado de animales en el cauce del río, y llevaba en la faja, como una gruesa protuberancia, el saquito de arpillera con el resto de sus ahorros. 

Llovían desgracias sobre la barraca. Sólo faltaba que se derrumbase su techumbre encima de ellos, aplastándolos a todos... ¡Qué gente! ¡Dónde se había metido!...»

La barraca

Vicente Blasco Ibañez


Mercado de caballerías. 1920

La Alameda

Subida por Lola Cuesta Camacho‎ a VAHG

sábado, 27 de octubre de 2018

La feroz pillería lo había arrojado en una acequia

«Una tarde, la pobre mujer de Batiste apeló a gritos a Dios y a los santos viendo el estado en que llegaban sus pequeños. 

Aquel día la batalla había sido dura. ¡Ah los bandidos! Los dos mayores estaban magullados; era lo de siempre: no había que hacer caso. Pero el pequeñín, el Obispo, como cariñosamente le llamaba su madre, estaba mojado de pies a cabeza, y lloraba temblando de miedo y de frío. 

La feroz pillería lo había arrojado en una acequia de aguas estancadas, y de allí lo sacaron sus hermanos cubierto de légamo nauseabundo. 

Teresa lo acostó en su cama al ver que el pobrecito seguía temblando entre sus brazos, agarrándose a su cuello y murmurando con voz semejante a un balido: 

—Mare! Mare!... 

La madre reanudó sus lamentaciones. 

—¡Señor, dadnos paciencia! 

Toda aquella gentuza, grandes y chicos, se habían propuesto acabar con la familia».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Ilustración de José Benlliure para "La barraca"

jueves, 25 de octubre de 2018

Que hasta por las sendas iba siempre conversando con sus ovejas

«Sentábase en el banco de ladrillos inmediato a la puerta, y el maestro y el pastor hablaban, admirados en silencio por doña Josefa y los demas grandecitos de la escuela, que lentamente se iban aproximando para formar corro. 

El tío Tomba, que hasta por las sendas iba siempre conversando con sus ovejas, hablaba al principio con lentitud, como hombre que teme revelar su defecto; pero la charla del maestro iba enardeciéndolo, y no tardaba en lanzarse en el inmenso mar de sus eternas historias. Lamentábase de lo pésimamente que va España, repetía las noticias de los que venían de la ciudad, abominaba de los malos Gobiernos, que tienen la culpa de las malas cosechas, y acababa por decir lo de siempre».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Barracas en Valencia

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miércoles, 24 de octubre de 2018

Era el rebaño del tío Tomba, que se aproximaba

«Algunas tardes oíase un melancólico son de esquilas, y toda la escuela se agitaba de contento. Era el rebaño del tío Tomba, que se aproximaba. Todos sabían que llegando el viejo con su ganado había un par de horas de asueto. 

Si parlanchín era el pastor, no le íba en zaga el maestro. Ambos emprendían una interminable conversación, y los discípulos abandonaban los bancos para oírlos de cerca o iban a jugar con las ovejas, que rumiaban la hierba de los ribazos cercanos. 

A don Joaquín le inspiraba gran simpatía el viejo. Había corrido mundo, tenía la deferencia de hablarle siempre en castellano, era entendido en hierbas medicinales, sin arrebatarle por esto sus clientes; en fin: que resultaba la única persona de la huerta capaz de alternar con él. 

La aparición era siempre igual. Primero llegaban las ovejas a la puerta dé la escuela, metían la cabeza, husmeaban, curiosas, e iban retirándose con cierto desprecio, convencidas de que allí no había más pasto que el intelectual, y valía poco. Después se presentaba el tío Tomba, caminando con seguridad por aquella tierra conocida pero con el cayado por delante, único auxilio de sus moribundos ojos».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez




Ilustración de José Benlliure para "La barraca"

martes, 23 de octubre de 2018

Dos por dos..., cuatro...

«A causa de esto, desde la mañana hasta el anochecer, la vieja barraca soltaba por su puerta una melopea fastidiosa, de la que se burlaban todos los pájaros del contorno. 

—Pa...dre nuestro, que... estás... en los cielos... 

—Santa... María... 

—Dos por dos..., cuatro... 

Y los gorriones, los pardillos y las calandrias, que huían de los chicos como del demonio cuando los veían en cuadrilla por los senderos, posábanse con la mayor confianza en los árboles inmediatos, y hasta se paseaban con sus saltadoras patitas frente a la puerta de la escuela, riéndose con escandalosos gorjeos de sus fieros enemigos al verlos enjaulados, bajo la amenaza de la caña, condenados a mirarlos de reojo, sin poder moverse y repitiendo un canto tan fastidioso y feo.

De cuando en cuando enmudecía el coro y sonaba, majestuosa, la voz de don Joaquín, soltando su chorro de sabiduría. 

—¿Cuántas son las obras de misericordia?... 

—Dos por siete, ¿cuántas son?... 

Y rara vez quedaba contento de las contestaciones. 

—Son ustedes unos bestias. Me oyen como si les hablase en griego. ¡Y pensar que los trato con toda finura, como en un colegio de la ciudad, para que aprendan ustedes buenas formas y sepan hablar como las personas!... En fin, tienen ustedes a quien parecerse: son tan brutos como sus señores padres, que ladran, les sobra dinero para ir a la taberna e inventan mil excusas para no darme el sábado los dos cuartos que me pertenecen».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Ilustración de José Benlliure para "La barraca"

lunes, 22 de octubre de 2018

Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta

«Nunca el saber se vió peor alojado; y eso que, por lo común, no habita palacios. 

Era una barraca vieja, sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre; las paredes, de dudosa blancura, pues la señora maestra, mujer obesa, que vivía pegada a su silleta de esparto, pasaba el día oyendo y admirando a su esposo; unos cuantos bancos, tres carteles de abecedario mugrientos, rotos por las puntas, pegados al muro con pan mascado, y en el cuarto inmediato a la escuela, unos muebles pocos y viejos, que parecían haber corrido media España. 

En toda la barraca no había más que un objeto nuevo: la luenga caña que el maestro tenía detrás de la puerta, y que renovaba cada dos días en el cañaveral vecino, siendo una felicidad que el género resultase tan barato, pues se gastaba rápidamente sobre las duras y esquiladas testas de aquellos pequeños salvajes.

Libros, apenas si se veían tres en la escuela: una misma cartilla servía a todos. ¿Para qué más?... Allí imperaba el método moruno: canto y repetición, hasta meter las cosas con un continuo martilleo en las duras cabezas».

La barraca

Vicente Blasco Ibañez



Huerta de Valencia

Subida por José Vicente Luján Estellés‎ a VAHG

domingo, 21 de octubre de 2018

Restablecida en una barraca oculta por la fila de álamos

«Era un rumor de avispero, un susurro de colmena, lo que oían mañana y tarde los huertanos al pasar frente al Molino de la Cadena, por el camino que va al mar. 

Una espesa cortina de álamos cerraba la plazoleta formada por el camino al ensancharse ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negros ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada. 

El ruido lento y monótono que surgía entre los árboles era el de la escuela de don Joaquín, restablecida en una barraca oculta por la fila de álamos».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Huerta de Alboraya

Archivo de Ricardo Borja

http://barracavalenciana.blogspot.com/

viernes, 19 de octubre de 2018

El rebaño revuelto, sucio y pingajoso

«Ya habían pasado en la penumbra del amanecer los carros de las verduras y las vacas de leche con su melancólico cencerreo. Sólo faltaban las pescaderas, el rebaño revuelto, sucio y pingajoso que ensordecía con sus gritos é impregnaba el ambiente con el olor de pescado podrido y el aura salitrosa del mar, conservada entre los pliegues de sus zagalejos.»

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez



Pescaderas en El Cabañal

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jueves, 18 de octubre de 2018

Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa

«No eran allí escasas la algazara y la confusión los domingos por la tarde. Más de treinta muchachas agolpábanse con sus cántaros, deseosas todas ellas de ser las primeras en llenar, pero sin prisa de irse. Empujábanse en la estrecha escalerilla, con las faldas recogidas entre las piernas para inclinarse y hundir su cántaro en el pequeño estanque. Estremecíase éste con las burbujas acuáticas surgidas incesantemente del fondo de arena, donde crecían manojos de plantas gelatinosas, verdes cabelleras ondeantes, moviéndose en su cárcel de cristal líquido a impulsos de la corriente. Los insectos llamados tejedores rayaban con sus patas inquietas esta clara superficie. 

Las que ya habían llenado sus cántaros sentábanse en los bordes de la balsa, con las piernas colgando sobre el agua, encogiéndose luego con escandalizados chillidos cada vez que algún muchacho bajaba a beber y miraba a lo alto».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Fuente en la Plaza del Carmen

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miércoles, 17 de octubre de 2018

La Fuente de la Reina era una balsa cuadrada

«La Fuente de la Reina era una balsa cuadrada, con muros de piedra roja, y teniendo su agua mucho más baja que el nivel del suelo. Descendíase al fondo por seis escalones, siempre resbaladizos y verdosos por la humedad. En la cara del rectángulo de piedra fronterizo a la escalera destacábase un bajo relieve con figuras borrosas que era imposible adivinar bajo la capa de enjalbegado. 

Debía de ser la virgen rodeada de ángeles: una obra del arte grosero y cándido de la Edad Media: algún voto de los tiempos de la conquista; pero unas generaciones picando la piedra para marcar mejor las figuras borradas por los años, y otras blanqueándola con escrúpulos de bárbara curiosidad, habían dejado la losa de tal modo, que sólo se distinguía un bulto informe de mujer, la reina, que daba su nombre a la fuente; reina de los moros, como forzosamente han de serlo todas en los cuentos del campo».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Fuente en el Camino de Vera

Fotograma de "Doloretes"

lunes, 15 de octubre de 2018

Sí que munta —contestaban los ribereños

«— ¿Munta?… —preguntaban los que vivían en el interior. 

— Sí que munta —contestaban los ribereños. 

El agua subía con lentitud, amenazando a la ciudad que audazmente había echado raíces en medio de su curso. Pero a pesar del peligro, los vecinos no iban más allá de una alarmada curiosidad. Nadie sentía miedo ni abandonaba su casa para pasar los puentes, buscando un refugio en tierra firme. ¿Para qué? Aquella inundación sería como todas. Era inevitable de vez en cuando la cólera del río: hasta había que agradecerla, pues constituía diversión inesperada; una agradable paralización de trabajo. La confianza moruna daba tranquilidad a la gente. Lo mismo había hecho en tiempo de sus padres, de sus abuelos y tatarabuelos, y nunca se llevó la población: algunas casas la vez que más. ¿Y había de sobrevenir ahora la catástrofe?…»

Entre naranjos

Vicente Blasco Ibáñez



Riada de 1957. Cauce del Turia

http://www.ofmval.org/

domingo, 14 de octubre de 2018

Oye, Cupido; ahí tengo mi barca

«—Oye, Cupido; ahí tengo mi barca; ya sabes; la que mi padre encargó a Valencia para regalármela. Costillaje de acero; madera magnífica; más segura que un navío. Tú entiendes el río… más de una vez te he visto remar; yo no soy manco… ¿Vamos? 

—Andando—dijo el barbero con resolución. 

Buscaron una antorcha, y ayudados por varios mocetones, trajeron la barca de Rafael hasta una escalerilla de la ribera».

Entre naranjos

Vicente Blasco Ibáñez



Nazaret. Octubre de 1957

Las Provincias. Pérez Aparisi

Subida por Ramón Sánchez Castelló‎ a VAHG

sábado, 13 de octubre de 2018

Condenada al agua de los pozos y al líquido bermejo y fangoso que corría por las acequias

«La Fuente de la Reina era el orgullo de toda aquella parte de la huerta, condenada al agua de los pozos y al líquido bermejo y fangoso que corría por las acequias. 

Estaba frente a una alquería abandonada, y era cosa antigua y de mucho mérito, al decir de los más sabios de la huerta: obra de los moros, según Pimentó; monumento de la época en que los apóstoles iban bautizando pillos por el mundo, según declaraba con majestad de oráculo el tío Tomba. 

Al atardecer avanzaban por los caminos, orlados de álamos con inquieto follaje de plata, grupos de muchachas que llevaban su cántaro inmóvil y derecho sobre su cabeza, recordando con su rítmico paso y su figura esbelta a las canéforas griegas. 

Este desfile daba a la huerta valenciana algo de sabor bíblico. Recordaba la poesía árabe cantando a la mujer junto a la fuente con el cántaro a sus pies, uniendo en un solo cuadro las dos pasiones más vehementes del oriental: la belleza y el agua».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez



Puente moro sobre la acequia de Vera. La Iglesia de Vera (Malvarrosa) al fondo

http://lamalva-rosaenblancinegre.blogspot.com/