«Una tarde, la pobre mujer de Batiste apeló a gritos a Dios y a los santos viendo el estado en que llegaban sus pequeños.
Aquel día la batalla había sido dura. ¡Ah los bandidos! Los dos mayores estaban magullados; era lo de siempre: no había que hacer caso. Pero el pequeñín, el Obispo, como cariñosamente le llamaba su madre, estaba mojado de pies a cabeza, y lloraba temblando de miedo y de frío.
La feroz pillería lo había arrojado en una acequia de aguas estancadas, y de allí lo sacaron sus hermanos cubierto de légamo nauseabundo.
Teresa lo acostó en su cama al ver que el pobrecito seguía temblando entre sus brazos, agarrándose a su cuello y murmurando con voz semejante a un balido:
—Mare! Mare!...
La madre reanudó sus lamentaciones.
—¡Señor, dadnos paciencia!
Toda aquella gentuza, grandes y chicos, se habían propuesto acabar con la familia».
La barraca
Vicente Blasco Ibáñez
Ilustración de José Benlliure para "La barraca"
No hay comentarios:
Publicar un comentario