sábado, 27 de octubre de 2018

La feroz pillería lo había arrojado en una acequia

«Una tarde, la pobre mujer de Batiste apeló a gritos a Dios y a los santos viendo el estado en que llegaban sus pequeños. 

Aquel día la batalla había sido dura. ¡Ah los bandidos! Los dos mayores estaban magullados; era lo de siempre: no había que hacer caso. Pero el pequeñín, el Obispo, como cariñosamente le llamaba su madre, estaba mojado de pies a cabeza, y lloraba temblando de miedo y de frío. 

La feroz pillería lo había arrojado en una acequia de aguas estancadas, y de allí lo sacaron sus hermanos cubierto de légamo nauseabundo. 

Teresa lo acostó en su cama al ver que el pobrecito seguía temblando entre sus brazos, agarrándose a su cuello y murmurando con voz semejante a un balido: 

—Mare! Mare!... 

La madre reanudó sus lamentaciones. 

—¡Señor, dadnos paciencia! 

Toda aquella gentuza, grandes y chicos, se habían propuesto acabar con la familia».

La barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Ilustración de José Benlliure para "La barraca"

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