«En la plaza de Alboraya, al entrar y al salir de la iglesia, Roseta, levantando apenas los ojos, escudriñó la puerta del carnicero, donde la gente se agolpaba en torno a la mesa de venta.
Allí estaba él, ayudando a su amo, dándole pedazos de carnero desollado y espantando la nube de moscas que cubrían la carne».
La barraca
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