martes, 29 de enero de 2019

Entonces entraba la rebañadura mendrugo en mano

«No se equivocaba el muchacho al decir que había nacido para el mar. En la barca del tío Borrasca se encontraba mucho mejor que en la otra encallada en la arena, junto a la cual gruñía el cerdo y cacareaban las gallinas. Trabajaba mucho, y además de su pitanza percibía algunos puntapiés del viejo patrón, cariñoso en tierra, pero que una vez sobre su barca no respetaba ni a su mismo padre. Trepaba al mástil a poner el farol o arreglar una cuerda con la ligereza de un gato; ayudaba á tirar de las redes cuando llegaba el momento de chorrar; baldeaba la cubierta, alineaba en la cala los grandes cestos del pescado y soplaba el fogón, cuidando de que el caldero estuviera siempre en su punto para que no se quejara la gente de a bordo. Pero como compensación a estos trabajos, ¡cuántas satisfacciones! Al terminar el patrón y los suyos la comida que él y otro gato de la barca presenciaban inmóviles y respetuosos, dejábanles las sobras a los chicos, y los dos sentábanse a proa con el negro caldero entre las piernas y un pan bajo del brazo. Ellos sacaban la mejor parte, y cuando las cucharas tropezaban ya con el fondo, entonces entraba la rebañadura mendrugo en mano, hasta que el metal quedaba limpio y brillante, como si acabasen de fregarlo».

Flor de mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Comida en la barca. 1898

Óleo. 180 x 250

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid

Joaquín Sorolla y Bastida

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