«No se equivocaba el muchacho al decir que había nacido para el mar. En la barca del tío Borrasca se encontraba mucho mejor que en la otra encallada en la arena, junto a la cual gruñía el cerdo y cacareaban las gallinas. Trabajaba mucho, y además de su pitanza percibía algunos puntapiés del viejo patrón, cariñoso en tierra, pero que una vez sobre su barca no respetaba ni a su mismo padre. Trepaba al mástil a poner el farol o arreglar una cuerda con la ligereza de un gato; ayudaba á tirar de las redes cuando llegaba el momento de chorrar; baldeaba la cubierta, alineaba en la cala los grandes cestos del pescado y soplaba el fogón, cuidando de que el caldero estuviera siempre en su punto para que no se quejara la gente de a bordo. Pero como compensación a estos trabajos, ¡cuántas satisfacciones! Al terminar el patrón y los suyos la comida que él y otro gato de la barca presenciaban inmóviles y respetuosos, dejábanles las sobras a los chicos, y los dos sentábanse a proa con el negro caldero entre las piernas y un pan bajo del brazo. Ellos sacaban la mejor parte, y cuando las cucharas tropezaban ya con el fondo, entonces entraba la rebañadura mendrugo en mano, hasta que el metal quedaba limpio y brillante, como si acabasen de fregarlo».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Comida en la barca. 1898
Óleo. 180 x 250
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid
Joaquín Sorolla y Bastida
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