«Las comadres del Cabañal prorrumpían en lamentos al ver cómo dejaba el mar a los hombres que tenían el valor de explotarlo, y con sus alaridos de plañidera acompañaron al cementerio la caja que contenía el cadáver roído y aplastado.
Durante una semana se habló mucho del tío Pascualo; después la gente sólo se acordó de él al ver a su viuda, siempre suspirando, con un arrapiezo de la mano y otro al pecho.
Algo más que la pérdida del marido lloraba la pobre Tona. Veía acercarse la miseria; pero no una miseria tolerable, sino la que espanta a la misma pobreza acostumbrada a privaciones; la carencia de hogar, la necesidad de tender la mano en las calles para conseguir el ochavo o el mohoso mendrugo.
Cuando aun estaba reciente su desgracia encontró protección; y las limosnas, las suscripciones entre el vecindario, pudieron sostenerla durante tres o cuatro meses; pero la gente es olvidadiza. Tona ya no fue la viuda del náufrago, sino una pobre más que importunaba a todos con lamentaciones pedigüeñas, y al fin vio cerrarse muchas puertas y volverse con desvío caras amigas que siempre habían tenido para ella cariñosas sonrisas».
Flor de mayo
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