«Cuando se hacía momentáneamente el silencio en el comedor, oíase cómo se regocijaba fuera la plebe; el rasgueo de la guitarra, el estallido de los cohetes, el cacareo de las mujeres; y algunas veces el estruendo venía de abajo, de la cocina, donde sonaban el vozarrón de Nelet y las corridas medrosas de las criadas, con chillidos de protesta débil. También allí partían huevos.
Las personas mayores la emprendieron
con el dulce, y el señor Cuadros descorchó frascos de licor de colores
vivos e infernales, que hacían retorcer el estómago. Las copitas de
color rosa besaban las bocas, dejando en los rojos labios de las jóvenes
adorables gotitas de azúcar líquido.
La sobremesa, alborozada y ruidosa, duró mucho rato. Nadie miraba el
reloj del comedor, que seguía indiferente marcando el curso del tiempo.
Cuando sonaron las nueve, todos se sobresaltaron. Fuera del hotel la
algazara iba disminuyendo.
Doña Manuela hizo prometer a sus amigos que la honrarían con su visita
en los dos restantes días de la Pascua, y comenzaron los preparativos de
marcha. Las criadas comparecieron rojas y sudorosas. Bien habían
bromeado con Nelet y el cochero del señor López».
Arroz y tartana
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