«Ya llegaban; oíase la música de los judíos que venían por su bandera. Dolores se vistió apresuradamente, mientras el capitán salía a la frontera de sus dominios a recibir el ejército.
Sonaban acompasados los tambores, y el vistoso escuadrón agitaba los
pies, el cuerpo y la cabeza con rítmico contoneo, sin moverse del sitio,
mientras Tonet y dos más, con gravedad imperturbable, subían al balcón
por el estandarte.
Dolores vió a su cuñado en la escalera, y fue en ella instantáneo,
fulminante el instinto de comparación. Parecía todo un militar, un
general... algo que se separaba de la rudeza grotesca de los otros. No;
Tonet no tenía las piernas tortuosas y tumefactas, sino esbeltas,
ajustadas, elegantes, como aquellos señores tan simpáticos llamados don
Juan Tenorio, el rey don Pedro o Enrique Lagardere, que tanto la habían
conmovido recitando quintillas o dando estocadas en la escena del teatro
de la Marina.
Ya iban todas las collas camino de la iglesia, con la música al frente,
ondeante la negra bandera y ofreciendo desde lejos el aspecto de un
tropel de brillantes insectos arrastrándose con incesante contoneo.
Comenzaba la ceremonia del encuentro.
Marchaban por distintas calles dos procesiones; en la una la Virgen,
dolorosa y afligida, escoltada por su guardia de sepulcrales granaderos,
y en la otra Jesús, desmelenado y sudoroso, con la túnica morada hueca y
cargada de oro, abrumado bajo el peso de la cruz, caído sobre los
peñascos de corcho pintado que cubrían la peana, sudando sangre por
todos los poros; y en torno de él, para que no se escapara, los
inhumanos judíos que, para mayor carácter , ponían un gesto feroz de
pocos amigos, y las vestas , con el capuchón calado y la cola
arrastrando sobre los charcos, tan tétricas, tan sombrías, que los
chicuelos rompían a llorar, refugiándose en los zagalejos de la madre.
¡Siñor! ... ¡Ay Siñor, Deu meu! - murmuraban con acento angustiado las
viejas pescaderas, contemplando al ensangrentado Jesús en poder de la
pillería excolmugada.
Y los sordos parches siempre tronando, las trompetas lanzando sonidos
desgarradores, lamentos prolongados de ternerillo en el matadero; y en
medio de la chusma armada y feroz, niñas talluditas con los carrillos
cargados de colorete, vestidas de odaliscas de ópera cómica, con un
cantarillo al brazo para demostrar que eran la bíblica Samaritana , en
las orejas y el pecho el brillante aderezo tomado a préstamo por sus
madres y al aire las robustas pantorrillas con polonesas y medias
rayadas.
Entre los espectadores veíanse caras
pálidas y ojerosas, bocas sonrientes, gente alegre que, después de una
noche tormentosa, había venido de Valencia para reír un poco; y cuando
se burlaban demasiado fuerte de los grotescos figurones, no faltaba
algún soldado de Pilatos que agitaba el espadón amenazante, rugiendo con
santa indignación:
-¡Morrals! ... ¡Morrals! ¿Veniu a burlarse?
¡A burlarse de una fiesta tan antigua como el mismo Cabañal!... ¡Señor! de Valencia habían de ser para atreverse a tanto».
Flor de mayo
Vicente Blasco Ibáñez
Procesión de los Pasos. Mañana del Viernes Santo
Las Provincias. 4 de abril de 1931
No hay comentarios:
Publicar un comentario