«Las paellas mostrábanse con la panza hollinada y las entrañas brillantes como plata, esperando el momento de chillar sobre las llamas; el arroz en sacos; caracoles de montaña en enormes cazuelas orladas de sal, saliendo del agua para enseñar sus movibles cuernos al sol naciente; en un rincón toda una hornada de rollos, esparciendo en aquel ambiente de sangre y grasa el perfume fragante del pan caliente y tierno; las especias a libras en una caja de latón, y de la bodega salían pellejos y más pellejos, que caían temblorosos en el suelo, como cuerpos palpitantes; unos enormes, conteniendo el vino rojo para la comida, y otros más pequeños, guardando el néctar de la bota del rincón , aquel patriarca del que se hablaba en el pueblo con respeto, y que con su colorcillo claro y su corona de brillantes hacía caer al más valiente».
La cencerrada
Cuentos valencianos
Vicente Blasco Ibáñez
Parada exterior del Mercado Central
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