«Era caso de reír ante tan extrañas cataduras; pero a ver quién era el guapo que se atrevía a ello ante el fervor profesional que se notaba en todos los rostros atezados y graves. Además, no tan impunemente puede uno reírse de los cuerpos armados; y judíos y granaderos, para la custodia de Jesús crucificado o de su madre, llevaban desenvainadas todas las armas blancas conocidas de la edad primitiva al presente; desde el enorme sable de caballería hasta el espadín de músico mayor.
Corrían tras ellos los muchachos, embobados por los vistosos uniformes; madres, hermanas y amigas admirábanles desde las puertas, lanzando un ¡Reina y siñora, qué guapos van! y la mascarada piadosa servía para recordar a la humanidad olvidadiza y pecaminosa que antes de una hora Jesús y su madre iban a encontrarse en mitad de la calle de San Antonio, casi a la puerta de la taberna del tío Chulla».
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