«La plaza quedaba en poder de la gente menuda, chiquillos desarrapados, que, tomando carrera, saltaban la hoguera con agilidad de monos, cayendo al lado opuesto envueltos en las chispas. Los municipales intentaban oponerse a tan peligroso ejercicio; pero la pareja de pobres hombres era impotente ante tales diablillos, y al fin adoptó la sabia determinación de sonreír con tolerancia y retirarse a un portal.
La plazuela estaba solitaria y el rojo ambiente del incendio hacía más
lóbregas las calles inmediatas. Algunos chuscos arrojaban en la hoguera
manojos de cohetes, que salían como rayos, culebreando su rabo de
chispas, arrastrándose de una pared a otra y remontándose en caprichosas
curvas hasta la altura de los balcones, para estallar con estampido de
trabucazo. Los municipales no veían los cohetes, pues al fijarse en el
aire matón de la chavalería que los disparaba, permanecían metidos en el
portal, sordos y ciegos.
Las llamas iban extinguiéndose, la plaza estaba cada vez más obscura y
los chiquillos desertaban en grupos, buscando otras fallas que no
hubiesen llegado al período de la agonía».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Comisión fallera ante los restos de la falla
Todocolección
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