«Aún era de día y ya se impacientaba la muchedumbre.
--¡Fueeego...! ¡fueeego...!--gritaban a coro los de la blusa blanca.
Los organizadores de la falla se resistían. Había que esperar a que
cerrase la noche. Pero la muchedumbre estaba dominada por esa
impaciencia que, entre la gente levantina, basta que sea manifestada por
uno para que los demás se sientan contagiados.
--¡Fueeego..! ¡fueeego...!--seguían aullando de los cuatro lados de la
plazoleta. Y de la desembocadura de un callejón sin adoquinar salió una
pedrada certera, que dejó trémulo al monigote del centro, llevándosele
medio tupé. Aplausos y carcajadas, y a los pocos minutos servían de
blanco todos los bebés de la orquesta. Había que comenzar en, seguida.
El cafetinero lo ordenaba a gritos desde su puerta, y los cofrades
braceaban y se desgañitaban en torno de la falla pidiendo un poco de
calma, mientras un compañero se introducía en el cuadrado de lienzo con
dos botellas de petróleo. Cuando los biombos transparentaron una mancha
roja que rápidamente se agrandaba entre incesante chisporroteo, la
muchedumbre lanzó un «¡oh!» de satisfacción. Comenzaban a arder las
esteras viejas, las sillas cojas y demás muebles recogidos en los
desvanes del barrio y amontonados en el interior de la falla. El rojo
resplandor iluminaba la parte baja de los figurones».
Arroz y tartana
Vicente Blasco Ibáñez
Recogiendo trastos viejos
Luis Vidal
Mundo Gráfico. 20 de marzo de 1929
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