«Iba satisfecho del animal; no había perdido el día. Apenas si se acordaba del pobre Morrut, y sintió el orgullo del propietario cuando, en el puente y en el camino, volviéronse algunos de la huerta a examinar el blanco caballejo.
Su mayor satisfacción fue al pasar frente a la casa de Copa. Hizo emprender al rocín un trotecillo presuntuoso, cual si fuese un caballo de casta, y vio cómo, después de pasar él, se asomaban a la puerta Pimentó y todos los vagos del distrito con ojos de asombro. ¡Miserables! Ya estarían convencidos de que era difícil hincarle el diente, de que sabía defenderse solo. Bien podían verlo: caballo nuevo. ¡Ojalá lo que ocurría dentro de la barraca pudiera arreglarse tan fácilmente!»
La barraca
Barraca en la huerta de Valencia
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