viernes, 22 de septiembre de 2017

Alma valenciana. Décima segunda parte

«Bien es verdad que pocos años después los hijos de los voluntarios realistas eran milicianos nacionales, y en Chiva derrotaban por dos veces Cabrera, a costa de esfuerzos heroicos, único ejemplo en el mundo de batallas ganadas en campo raso por batallones de tenderos e industriales.

Pero huyamos de hablar de las expansiones y correrías del alma valenciana en el campo de la política, ya que soy yo quien menos puede hacerlo con desapasionamiento e impersonalidad, y afirmemos que este pueblo, libre de las locuras del dinero, resignado con su desahogada mediocridad, independiente por tradición y limpio de servidumbre, es un pueblo de artistas.

De todas las artes, la que más siente y ama es la pintura. El sol esparce una luz teatral de apoteosis sobre la inmensa vega; el verde extiende su escala de tonos por el jardín de las Hespérides; en los bosques de naranjos asoman las doradas esferas. entre ramilletes de hojas; sacuden sus cabelleras los arrozales, estremeciendo con hilos de sombra el terso espejo de los campos inundados; bogan, corno cisnes del infinito, los vellones sueltos del vapor en el lago azul del cielo; y la palmera con su surtidor de plumas, la higuera con su tronco revestido de piel de elefante, la blanca barraca con montera de paja rematada por dos cruces, no recortan duramente sus contornos sobre un horizonte africano de cruda iluminación, sino que se dibujan dulcemente entre los vapores temblones de las acequias, que al resplandor del sol poniente impregnan la atmósfera de oro gaseoso».

Alma valenciana

Vicente Blasco Ibáñez


Paseo a orillas del mar

Joaquín Sorolla. 1909

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