«Es—dice el autor de Safo —como un flujo de calor vital que nos sube al cerebro; nos sentimos dominados, invadidos por el asunto, y empezamos a escribir febrilmente. Nada nos detiene entonces: el tintero queda vacío, el lápiz se rompe; no importa; seguimos adelante. Nos irritamos contra la noche que llega y nos cegamos en la penumbra del crepúsculo esperando la lámpara que no traen. Le disputamos el tiempo a la comida y al sueño. Si es necesario marcharse, ir al campo, emprender un viaje, no podemos resolvernos a dejar el trabajo y continuamos escribiendo de pie, sobre una maleta...»
Mis contemporáneos
Eduardo Zamacois
Blasco Ibáñez en su estudio de La Malvarrosa
http://casamuseoblascoibanez.com/
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