martes, 17 de octubre de 2017

Fue aquella, tal vez, la única ocasión en que el futuro novelista tuvo vergüenza de su juventud

«La política también le atraía. Cierta noche habló tempestuosamente en un meeting , ante un público ardoroso y rugiente, como mar encrespado, de carpinteros, zapateros y albañiles; su palabra triunfó y centenares de manos callosas le aplaudieron vehementes. Terminado el acto, dirigióse a su casa, rodeado por un nutrido grupo de admiradores. Blasco Ibáñez caminaba mecido por el humo de su victoria, orgulloso, como si llevase ceñida a sus sienes la clásica corona de roble y laurel que las vírgenes vestales adjudicaban en los Juegos Olímpicos. Al llegar a su domicilio, dos agentes le detuvieron. 

—Dese usted preso. 

La multitud iba a protestar; los más entusiastas cerraban ya los puños, dispuestos a defender a golpes la libertad de su héroe. Pero Blasco les contuvo. ¡Nadie se mueva! Estaba encantado; se veía camino de la cárcel; sin duda, era un conspirador temible cuando la autoridad se molestaba en detenerle. No fue el miedo lo que entonces estremeció su alma, sino la ambición de gloria, la alegría, la seguridad de que empezaba a ser hombre notable y de que muy pronto, acaso al día siguiente, la Prensa hablaría de él. Ahora la prisión, como antaño los azotes maternales, le producían un bienestar sedante, indecible. Verdaderamente, su carrera de hombre político no podía empezar mejor. Con este cortejo de ilusiones, se dejó llevar al Gobierno civil, donde se encontró con su madre. ¡Oh suprema decepción! No era al revolucionario temible, sino al muchacho travieso, fugado de su casa, a quien la policía había detenido. Blasco hubo de rendirse; ¿qué hacer? Era menor de edad. Fue aquella, tal vez, la única ocasión en que el futuro novelista tuvo vergüenza de su juventud».

Mis contemporáneos

Eduardo Zamacois


Blasco a la edad de 15 años

http://elargonautavalenciano.blogspot.com.es/

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